Ebereth, rozando con sus dedos las barbas largas, andrajosas, miraba las oleadas de ponis celestiales cuando dos hordas de corceles oscuros difuminaban a las figuras lapislazuli, confrontando al cielo y convirtiéndolo en una penetrante noche.
Ebereth sabía que su logro más grande fue ver al cielo en todas sus etapas por todo el día.
El monje se lo recomendó al mundo.
El monje murió recordándoselo.
El mundo lo olvidó cuando se fueron a vivir en el espacio con sus terribles estrellas.