El rey de los demiurgos inclina su cabeza, aligerando su migraña.
Todo lo verde, café, rojo, púrpura… El bosque lo mira muy atento. Los sonidos silvestres se apagan uno a uno. Los árboles dejan de llorar. Las aves posan en ramas, o se van a otros cielos. Saben que la hora ha llegado y se congregan para presenciarlo.
Algo brilla, duele. El rey desmoga.
La nueva corona nace.
Todos, espantados, no alegres, miran al nuevo tirano alzarse con sus brazos y dorso violetas, mostrando a sus nuevos cuernos que forman una cáliz de ébano; el pelaje de su cuello y pecho por un momento se despegan del resto de su piel lampiña.
Cuando el fenómeno termina, ya nadie está para verlo. Se encuentra en una completa soledad.
Ruge.
Sabe que todo es suyo y ésto se expandirá. Los subordinados saldrán de sus escondites.
O colgarán de sus cuernos.