Este día a Dios se le olvidó tomar sus antidepresivos.
Y ahora no los encuentra.
Busca entre sus barbas, debajo de sus sandalias, a los lados y atrás de su trono, pero lo más seguro es que se le hayan caído en alguna parte lejana del Cosmos, o algún angelito pícaro se las tomó, ya que él no es el único con el padecimiento de la divina depresión crónica.
Su frente se empapa de auto-misericordia, pero no quiere limpiarse aquel divino sudor, sino postrarse y recordar por qué todo había salido mal.
De ahí salió su nuevo aforismo:
—Si has de evitar el enfrentamiento de un problema con chupar una paleta, más bien algún día te atragantarás de ella.
Y un querubín aparece de la nada con un largo pergamino dorado, apuntando palabra por palabra, lo que el Señor había dicho; luego éste desaparece con un chasquido.
Dios no quiso levantarse, siente un gran peso en su celestial espalda; pero no, no era el Espíritu Santo, que en ese momento se encuentra iluminando la mente de algún mártir o santo; no se trata tampoco de la conspicua Divina Providencia, la cual todo su tiempo lo aquejaba con preguntas y disidencias, que, poco a poco, lo han convertido en el anciano ser que es.