La granada que sostenía en mi mano
destinaba el fin de mi vida;
cada palpitar era un insulto;
cada «pump», cada «pump»,
desgarrándome de ira
al apretarla, destrozarla,
y explotar con ella.
Para eso vino la mente
y me dijo con sonrisa
de blancos dientes:
“¿Qué haces con corazón
en mano si puedes llamarme
y actuar con razón?”;
tomé a la mente,
le tumbé los dientes
y le respondí
“Cállate, hija de la ranflada,
no sabes lo que se siente
levantarte un día y que el corazón,
impío, te quite los ánimos
y tú, silenciosa cómplice,
vives de sabia hipócrita”.
Sí, por eso me relajé;
me desconecté,
pushé el botón de estanbai
y me preparé rosetas de maíz,
para ver una película dominical.
[Y la granada explotó en mute.]