Yo sé que me ve.
Me mira.
Me sigue con su mirada furibunda.
Me grita cada vez que doy un paso.
Me observa…
Yo la detengo con todo mi cuerpo,
pero no me deja en paz.
En paz.
Me rastrea,
me caza,
me acorrala…
Ella,
me acobarda.
Quiero romperle la cara,
pero es dura y fragil a la vez;
podrÃa cortarme;
podrÃa romperme un hueso;
podrÃa infectar mi sangre,
mis venas,
mis células y átomos,
mis pensamientos;
podrÃa incluso indignarme…
Aunque,
cuando mi consciencia se relaja,
quiero besarla.
Besarla.
No; no.
No la beso.
No.
Me acerco
y muestra sus dolientes grandes dientes,
blancos dientes,
que me apuntan como tridentes.
Y me alejo.
Me quedo perplejo,
cuando la oscuridad la cubre,
cuando ese manto de seda negra la acoraza,
y, sólo veo sus cuencas,
su sonrisa,
y, se parece a la mÃa.