He estado pensando en mi otro yo.
Un símbolo el cual me retrata y refuerza.
Puede ser una sonrisa,
un león, o incluso una esfinge
del tamaño de una célula de mi mano;
pero de qué hablo, si Él escucha todo,
porque soy yo y él es Él y los dos somos:
Uno.
Confesando un dato biográfico:
he estado pensando en aquella
gama de colores de mi infancia,
mientras yo con mis garras,
estuve a punto de degollar a un niño
o incluso soterrarlo en el suelo.
¿Fui yo? ¿O Él, de pequeño?
Deduciendo un dato pseudo-metafísico:
creo que mis olas de vida
han sido blancas y blandas,
duras pocas.
Pero qué digo, si en verdad
tengo corazón de mendigo;
tengo hambre,
hambre de amor y de intelecto;
no obstante,
aquí estoy, rico innato de dos fuentes
que son las de la piedra filosofal
y la del alma espiritual.
Veo lo que no creo;
le cedo lo que indica mi dedo;
eres, vida, manjar celestial
que da a mi sonrisa un brillo sin igual;
aunque tú eres violencia,
maremotos,
tormentas,
terremotos;
pero yo me quedo a cuatro patas
pensando palabras inmortales,
viendo el horizonte de pantallas mortales.
Y, yo:
Creo lo que veo y a la vez veo lo que no creo;
pero creo lo que no veo;
o Él lo hace;
o yo;
porque con mis ojos no lo veo;
porque con mi alma y razón, a veces,
pero con Él, sí lo creo.