
Sobre su piel desnuda
se posaba la noche, trémula,
filtrando su luz entre los cristales
tallando trazos como artista clandestina.
Entonces,
su cuerpo se hizo lienzo dormido;
pieza de arte para el encanto.
Las sombras dejaban su huella
y a contraluz aquellas formas
adquirían voluptuosas texturas.
La redondez de los senos
albergaba la obertura perfecta
de dioses paganos.
Su rostro pálido emanaba
la brillantez de quien abandona
la inocencia por un instante.
Sus líneas inferiores,
dentellaban como licántropos
a mis ojos en las contemplaciones.
Perdido,
en la frontera entre el paraíso y el pecado,
contemplaba en primera fila aquella imagen:
Obra de arte en el museo de las delicias.
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