El adorno que llevaba por corona
me ha caÃdo como una ladrona;
me quita el alma,
me quita el alba;
me roba el sueño,
durmiendo con los ojos abiertos,
por costumbre abiertos;
mis anchas caderas obstruyen
la anchura de mi trono;
mis venas azules se encogen,
como mis yemas pierden su identificación;
¿qué has hecho, objeto púrpura con
opaco dorado?
Me recargo en el brazo de mi trono
de piel y algodón,
y pienso en mil momentos muertos
y otros que no existieron;
me recargo porque
la modorra cansa más que el trabajo;
asÃ, pues, me recargo para cambiar
la rutina, cambiar el dÃa…
Ahora,
aplaudan al rey
de los mil arrepentimientos,
del reinado de la irrelevancia.