Cómo quisiera revivir tu cuerpo,
escultura de papel.
Tus labios, carmesí aplanado,
encarnizan mis intestinos entre sí,
y me doy cuenta que eres,
más que carne trémula,
más que piel vieja,
más que huesos torcidos
y besos marchitos;
eres preciado papiro,
recuerdo de lo que fue de una centella
que te delineó en este plano cartesiano,
en el cual,
tal vez,
si es que se me permite,
o si es que me porto bien,
te encontraré
hasta que termine mi senectud.