El asfalto se adelgaza
mientras el hule de mis neumáticos
se incendian macrométricamente
con los tiempos que he dejado
que son asesinos de mi alma ajada.
Yo no sé si los kilómetros son años,
o los años, kilómetros,
pero, aquel gavilán con tu cara
que se estrelló contra mi ventana,
me hizo llorar sangre cuajada.