Nos ve.
Nos siente.
De vez en cuando nos habla.
Pero nos ignora.
Nos desentiende.
Y se queda en silencio
cuando más lo necesitamos.
Aquel ser supremo,
pasmado por la retÃcula de tantas realidades,
queda abnegado de lo nuestro,
algo que creó
o descubrió;
y ahora,
con una paciencia infinita,
hará lo que las deidades determinan:
dejarnos con la providencia,
mientras la sombra de su espalda
iluminará nuestros aciagos dÃas.