Lechones que corren
del exterminio de una mano dura
de dios demente,
adicto a la sangre y desesperanza,
se remoja de sangre, absorbiendo
víctimas de sus salmos oscuros.
Los gritos de seres queridos
quedan atrás.
Allá, lejos,
ahora en otras tierras,
de verdes pastos,
ríos incólumes,
cantando a dioses naturales,
los lechones encuentran
la paz que sus padres
contaron como leyendas.
Al horizonte,
pintado de nubes sanguinolentas,
se asoma su pasado
bíblico,
esperando su regreso
para dar el último respiro,
y clamar piedad
a una divinidad que ya hace mucho
perdió amor al amor, a lo vivo.