Para volver a tus brazos,
tuve que vender hectáreas de dignidad
pensando que en tus demagógicas palabras
eran de amor,
y no de usurpación;
ahora heme aquí,
perdido entre ropa sucia,
tiritando nombres de santos,
soslayado por una suerte
que bien me parece mala,
por no decir salada.
Tal vez pase otro invierno
en que mi mente
no deje de pensar en tu mirada.